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Consultorio Flandis. Los ladridos

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Con orejeras para no oír los ladridos

Consultante: Señora Flandis, no aguanto más. Es insoportable. Los ladridos de los perros me taladran la cabeza. Necesito que el bozal se declare de utilidad pública. Que pongan expendedores en la calle como los de los condones. O que les den a esos animales algo en la comida que les rebaje esa furia expresiva, como el bromuro a los soldados. Mal está que haya que ir sorteando por aceras y parques las plastas que los maleducados dueños de los canes no parecen ver. Pero esos agudos... En el edificio donde vivo hay más perros que niños, haciéndose oír a destajo. ¿No habrá archiperres para taponar mis oídos y así evitar los ladridos de los peor educados perros? Dicen que son animalitos de dios, pero a mí me están convirtiendo en demonio, y de seguir así, no podré contenerme. ¡que alguien me sujete, por favor!

Señora Flandis: Querido amigo, en este mundo donde tener un perro es un signo chic, o una forma de solventar soledades, estaría mal visto que esos ladridos demandando atención, fueran acallados con algo tan prosaico como los archiperres. Pero si su cerebro no puede cerrar sus suaves oídos a esa constante conversación perruna, le recomiendo el uso de unas orejeras de visón que, además de estar contrastada su delicadeza táctil, van a tono con su necesidad de silencio. Si no le funcionan le recomiendo hacerse cartujo. No tienen perros —según tengo entendido— pero… las campanas tocan a Laúdes, Ángelus, Vísperas y Completas. Valore usted si no será peor el remedio que la enfermedad.

Ahora, bien: ha demostrado usted ser, además de sensible, un hombre aguerrido. Siempre puede encabezar un motín. ¿No hubo uno porque quisieron suprimir la capa larga y el chambergo? La historia ha dado revueltas por falta de pan, azúcar, libertad... Ha llegado la hora de exigir silencio. Y, querido amigo, siempre me tendrá de su parte.

Esperando haber hallado la solución adecuada a su infortunio y acallado cuanto le irrita; queda a su entera disposición su siempre señora Flandis.

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