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Pablo Berger ama a Blancanieves

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         Blancanieves, el segundo largometraje del director Pablo Berger, trasciende el mundo de los hermanos Grimm. Sin dudarlo, Berger ha colocado la historia, no en bosques de árboles enmarañados, ni madrigueras donde viven los siete enanitos; ni, tampoco, en palacios cuyas torres suelen ser mazmorras. No; la sitúa en los años veinte de aquella España escondida, donde los ricos siempre son muy ricos y, los pobres, lo son de solemnidad.  Y, los pasea por las provincias de Madrid, Barcelona y Sevilla.

 

         La tragedia del cuento la deja intacta. Es más: la magnifica, gracias a utilizar las conversaciones, los enfrentamientos, el dolor, la maldad... enmudecidas.

 

         En esta historia de historias, que los niños han alimentado a lo largo de su infancia y que han ido trasladando, a través del cuento impreso, y de los cambios que la memoria pierde para trasmitirla a su manera a aquellos otros que quieren que Blancanieves se salve y muera la madrastra.

 

         ¡Y, qué gran madrastra, ha elegido Berger! Maribel Verdú, La Verdú, en adelante  —porque se ha ganado el título de las grandes, por hecho y por derecho—, a pesar de interpretar un papel odioso, para niños y no tan niños, es la madrastra de madrastras, con solo un golpe de ceja, un rictus maligno, una ira desenfrenada... A esta madrastra silente será imposible olvidarla y, Berger, habrá hecho de su obra de amor, sombra y silencio un verdadero y auténtico arte. Los sentimientos: tanto los buenos como los malos, están ahí de tal manera que nos dejan asombrados y muy pero que muy emocionados.

 

Paca Arceo

febrero de 2013