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La trinidad del arte. Por Mónica Sánchez

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La trinidad del arte, R.Varo, L.Carrington y F. Kahlo

REMEDIOS VARO, LEONORA CARRINGTON Y FRIDA KAHLO, SURREALISMO CON NOMBRE DE MUJER Y SABOR A MÉXICO.

De México, o arribadas a México, por decisión o por imposición. Frida Kahlo, Remedios Varo y Leonora Carrington aunaron alma y arte para hacer de su obra un regalo más allá de los sentidos. Su obra habla de las ganas de ser mujer, de lo consciente y de lo inconsciente, de la brutal libertad de tres damas frente al lienzo, con el pincel, y la caligrafía de lo imposible: qué cuerpo tienen los sueños. Lo de esta trinidad es poesía en movimiento. Quienes se entregan a las labores de catalogar, las reúnen en el llamado «surrealismo mexicano tardío». «Soy más de México que de ninguna parte», aseguró Remedios Varo, nacida en Aglés (Gerona), en 1908. Pero a ella la vida, y las guerras —la Civil y la Segunda Guerra Mundial— la llevaron de España a Francia y de ahí, gracias a la política de Lázaro Cárdenas, a México. Después de amores fallidos —entre otros, con el poeta surrealista Benjamin Peret— se casó con Walter Gruen, un refugiado austriaco que la alentó para dejar de lado sus trabajos como decoradora y publicista —trabajó para la farmacéutica Bayer—, y dedicarse a desarrollar su talento, su voz. En estas andaba cuando se topó con la pintora y escritora Leonora Carrington: «Mi alma gemela en el arte». Carrington, aún viva y vibrante, con noventa y dos años y un mundo inabarcable, nació en Inglaterra, pero el mar, la guerra, tal vez la locura, la llevan a México, donde se instala en 1942. (Carrington murió en mayo de 2.011).

Remedios Varo murió con cincuenta y cinco años, en 1963. El corazón se le paró. «Muchos de mis amigos están muertos —declaró no hace mucho, en una de las escasísimas entrevistas que concede Leonora Carrington—, porque ya soy vieja. Creo que es una buena práctica hablar con personajes imaginarios o muertos, porque los seres imaginarios también son reales de cierta manera… no de cierta manera, sino que existen». Y en esta existencia de los desaparecidos, Leonora Carrington regaña a su amiga Remedios: «Ella despreciaba mucho su propio trabajo. Era una persona exageradamente modesta. Ella despreciaba lo que hacía, no le importaba». Con este toque de modestia, y magia simultánea, Leonora Carrington asegura: «No creo que uno pinte para alguien; pintar debe ser semejante a hacer zapatos. Una necesidad de conectar con las partes invisibles, los lugares invisibles de la psique humana, y nos vienen las imágenes, y hay una especie de impulso de comunicarlas… Pero no pretendo explicar esto, no sé explicarlo. Que cada quien lo explique a su manera, incluyendo los críticos de arte, en los que no creo. A cada quien le sale lo que le sale. ¿El mundo que pinto? No sé si lo invento, yo creo que más bien es ese mundo el que me inventó a mí». En Remedios Varo y Leonora Carrington los críticos, éstos tan denostados, han querido ver artistas que crean «desde el otro lado del espejo».

Y Frida Kahlo, la única mexicana por nacimiento, ha sido Frida Kahlo por el poder de los espejos. Nació en 1907 y murió en 1957. Ahora su leyenda, el pájaro junto al elefante Diego Rivera, quizá pese más que su obra. O su obra se ha visto multiplicada por la leyenda del dolor físico que se redime por fuerza del arte. Y un espejo: el 17 de septiembre de 1925 el tranvía en el que viajaba Frida Kahlo sufrió un accidente, y su cuerpo quedó atravesado por una barra de hierro. La convalecencia fue larga, nueve meses. Unos dicen que fue su madre, otros que fue su padre, el caso es que sobre su cama, en la Casa Azul, situaron un espejo en el techo. Y ella, Frida herida, comenzó a retratarse, a buscar expresiones más allá de la expresión única de un cuerpo roto. «Pies pa que los quiero si tengo alas para volar». Remedios Varo, Leonora Carrington y Frida Kahlo volaron y vuelan. Fueron libres por su arte